EL MUSEO NACIONAL DE LA MUERTE

«EL MUSEO NACIONAL DE LA MUERTE»

Agustín Salgado

Publicado en QdC nº 31.

La Universidad Autónoma de Aguascalientes (México) promovió la creación de un Museo Nacional de la Muerte instalado en tres de sus edificios colindantes –situados en la confluencia de las calles Rivero y Gutiérrez con Morelos, en pleno centro de la capital hidrocálida– a partir de las piezas que integraban la colección personal del maestro grabador Octavio Bajonero Gil. Con esos fondos, el centro museístico se inauguró el 19 de junio de 2007; pero, siete años más tarde, su contenido se remodeló para dar cabida a su actual exposición: un recorrido por la iconografía de la muerte y el arte funerario en el desarrollo histórico de México, que se enriqueció con parte de la colección personal de Daniel Mercurio López Casillas.

  La visita al MNM comienza por la sala del inframundo en la que se reproduce la disposición de algunas tumbas en un marco muy adecuado –una antigua cisterna que formó parte del claustro de san Diego– que nos muestra cómo se llevaban a cabo los entierros precolombinos, con sus ofrendas en unas vasijas funerarias originales que proceden del Instituto Nacional de Antropología e Historia. A continuación, la visión prehispánica demuestra que las heterogéneas culturas de México compartían “un arraigado fervor religioso que incluía el politeísmo, el sacrificio humano y el canibalismo como parte indispensable para explicar y dar sentido al funcionamiento del universo” mediante “expresiones artísticas que fueron diseñadas como ofrendas para acompañar a los muertos en la vida ultra terrena”.

 Con la llegada de los evangelizadores españoles, en Nueva España se impuso la creencia de que el destino final de los muertos dependía de su conducta durante la vida, con un cielo para los piadosos, un infierno para los malvados y un purgatorio para las almas que imploraban perdón. Es el denominado mundo novohispano. En las últimas décadas de este periodo, por influencia de la Ilustración, los cadáveres comenzaron a ser considerados  como “algo nocivo y contaminante que debía alejarse de los poblados. Después de una convivencia común con los muertos, éstos se empezaron a ver con espanto y horror”.

 Tras la independencia, convivieron dos visiones de la muerte: la de José Guadalupe Posada, que invitaba a la risa franca y predominaba en el gusto popular (con la conocida imagen de la Catrina); y la de Julio Ruelas, que era trágica, obsesiva, morbosa y oscura, fiel a la moda europea, preferida por artistas, literatos y aristócratas. Finalmente, después de la Revolución Mexicana, “los artistas encontraron las raíces de lo mexicano en la revaloración del arte prehispánico, indígena y popular, dejando de lado las expresiones novohispanas y decimonónicas. Intelectuales y pintores construyeron la idea de que todos los mexicanos teníamos un trato preferencial con la muerte, que no causaba temor y que festejábamos su llegada. Este mito marcó la obra de la mayoría de los artistas de la época”.

  Las cerca de 2.000 obras que componen el MNM incluyen desde elementos votivos y ofertorios del arte funerario precolombino hasta una interesante hemeroteca que reúne los crímenes más importantes del México contemporáneo.

 

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