«EL CAMINO DE LOS PASTUNES»
Carlos Pérez Vaquero http://archivodeinalbis.blogspot.com.es/
Publicado en QdC nº 4.
A finales del siglo XIX, un emir de Afganistán –Abdur Rahman Khan– definió a su país como un grano de trigo entre dos ruedas de molino, en referencia a sus poderosos vecinos ruso e indio (que, por aquel entonces, era una colonia británica) con los que mantenía habituales conflictos.
En 1893, entre la segunda y tercera guerra que enfrentó a las tropas de Kabul y Londres, Henry Durand –un alto funcionario británico– trazó una línea completamente arbitraria que separó a un tercio de la población afgana, de etnia pastún, estableciéndoles en lo que, con el tiempo, sería el actual Pakistán. Hoy en día, esa frontera –la línea Durand– es uno de los lugares más conflictivos del mundo y divide a los pastunes entre los dos países; según el World Factbook de la CIA, son el 42% de la población afgana y al 15% de la paquistaní.
Desde la antigüedad –algunos historiadores consideran que su origen se remonta a la época de la Grecia clásica– este pueblo se ha regido por un conjunto de reglas no escritas: el Pashtunwali o camino de los pastunes; un orgulloso código de honor que se ha ido adaptando a las necesidades de la sociedad, reinterpretándose conforme era necesario, en función de cuatro principios básicos: la hospitalidad; la justicia; la protección de la mujer, la familia y la propiedad y la independencia personal.
Este código es una forma de vida que une a todos los pastunes bajo una serie de premisas como la libertad e independencia, la participación de los miembros del grupo en la toma de decisiones; el respeto a todas las criaturas y –en especial– a la dignidad humana y el honor de las mujeres; la lealtad, la hospitalidad, el asilo y su concepto de la justicia (Badal) entendida como venganza.
Para la justicia pastún –heredera de la antigua Ley del Talión, el ojo por ojo del Código de Hammurabi (hacia el 1750 a.C.)– debe existir una proporción entre el daño causado a la víctima y el castigo que se va a infrigir al agresor (o el familiar masculino más cercano). Si el daño fue intencionado, el agredido tiene la obligación de vengarse y su derecho no prescribe con el paso del tiempo.
En esta apartada zona montañosa –al noroeste de Pakistán y sudeste de Afganistán– cuando surge un conflicto se acude a las Yirgas (“Consejos”, en su idioma, el pashto). Allí es donde un asesino arrepentido puede pedir al Consejo que interceda ante la familia de la víctima para que acepten una indemnización (saz) consistente en una cierta cantidad de dinero, lo más habitual, o incluso en la entrega de alguna hija en matrimonio con algún varón de la familia agraviada, creando un vínculo de sangre (swarah) entre ambos.
En el caso de que no se cumpla la costumbre tribal, las Yirgas pueden crear un grupo similar a una policía (lashkar) o adoptar otras medidas como, por ejemplo, garantizar la seguridad de las personas con una escolta personal (badragha) u obligar a declarar una tregua (teega) pero, sin duda, uno de los peores delitos que aborda el código pastún es la Meerata, cuando un hombre asesina a los demás miembros masculinos de su familia para quedarse con su herencia; en este caso, el Consejo suele ordenar que se incendien los bienes que hubiese recibido y que se destierre al culpable.