DESARROLLO HISTÓRICO DEL DIAGNÓSTICO DE PSICOPATÍA

“DESARROLLO HISTÓRICO DEL DIAGNÓSTICO DE PSICOPATÍA”

Vicente Garrido y Mª Jesús López-Latorre

Publicado en QdC nº 17.

Cuando el médico francés Philippe Pinel escribió, en 1801, su histórica primera definición del psicópata, introdujo una particularidad diagnóstica de extraordinaria relevancia, ya que hasta esa primera definición se creía que toda locura tenía que serlo de la mente; es decir, de la facultad razonadora o del intelecto. De ahí que él fuera el primero en hablar de locura sin delirio (manie sans délire); sin confusión de mente. Escribió el francés, en efecto, que: No fue poca sorpresa encontrar muchos maníacos que en ningún momento dieron evidencia alguna de tener una lesión en su capacidad de comprensión, pero que estaban bajo el dominio de una furia instintiva y abstracta, como si fueran sólo las facultades del afecto las que hubieran sido dañadas” (p. 9. citado en Millon, Simonsen y Birket-Smith, 1998, pág. 4).

  Sobre este primer paso para la moderna definición médica del psicópata se sumó la aportación del alienista británico J.C. Pritchard, quien introdujo en su obra de 1835 una concepción de la psicopatía que sigue siendo muy relevante, porque captura la esencia de la personalidad psicopática. Pritchard nos legó su concepto de locura moral (moral insanity): (…) una enfermedad, consistente de una perversión mórbida de los sentimientos naturales, de los afectos, las inclinaciones, el temperamento, los hábitos, las disposiciones morales y los impulsos naturales, sin que aparezca ningún trastorno o defecto destacable en la inteligencia, o en las facultades de conocer o razonar, y particularmente sin la presencia de ilusiones anómalas o alucinaciones” (p. 135, citado en Prins, 2001).

  Para Pritchard, el término moral significaba emocional y psicológico, y no significaba lo opuesto de inmoral. Y en otro lugar de su obra volvía con otras líneas complementarias: Hay una forma de perturbación mental en la que no aparece que exista lesión alguna o al menos significativa en el funcionamiento intelectual, y cuya patología se manifiesta principal o exclusivamente en el ámbito de los sentimientos, temperamento o hábitos. En casos de esta naturaleza los principios morales o activos de la mente están extrañamente pervertidos o depravados; el poder del autogobierno se halla perdido o muy deteriorado, y el individuo es incapaz, no de hablar o de razonar de cualquier cosa que se le proponga, sino de conducirse con decencia y propiedad en los diferentes asuntos de la vida” (pág. 85, citado en Millon, Simonsen y Birket-Smith, 1998, pp. 5 y 6).

  La actualidad de esta definición descansa en que, como hiciera Pinel, reconoce que en el psicópata no hay perturbación mental, para pasar luego a situar la patología principal o exclusivamente en el ámbito de los sentimientos, temperamento o hábitos. Esto lleva a una gestión incorrecta de los impulsos y metas en la vida (el poder del autogobierno se halla perdido o muy deteriorado) y a unos principios morales (…) [que] están extrañamente pervertidos o depravados. La conclusión es el desprecio y la indiferencia hacia las normas y modos de vida de la sociedad en la que le toca vivir; de ahí que, si bien puede hablar o razonar de cualquier cosa que se le proponga –puesto que sus facultades de raciocinio no están lesionadas– para lo que en verdad está seriamente incapacitado es para conducirse con decencia y propiedad en los diferentes asuntos de la vida.

   Resulta correcto, entonces, señalar –como sugiere Coid (1993)– que fue en Francia donde se originó el concepto de personalidad anormal como sinónimo de desadaptación social (esa furia instintiva y abstracta de la que habla Pinel), desarrollándose posteriormente de modo pleno tal idea en Inglaterra, lo que ha dado lugar a la noción común que tiene el sistema jurídico del trastorno psicopático.

  Ya en el siglo XX, en su obra magna Las personalidades psicopáticas (con ediciones desde 1923 hasta 1950), Kurt Schneider señaló que los psicópatas no sólo se hallaban en las prisiones e institutos psiquiátricos, sino en toda la sociedad, ya que muchas veces eran personas que tenían éxito en los negocios y en la vida social mundana, ostentando incluso posiciones de poder en la política.

  Un eminente psiquiatra americano, Harvey Cleckley (1941) había desarrollado un tratado extraordinario sobre este tipo de psicópata no criminal, en su célebre obra La máscara de la cordura, y fue él quien mejor definió sus rasgos esenciales, que posteriormente iban a ser considerados por Robert Hare para crear su Escala de Valoración de la Psicopatía (PCL) que, desde su versión de 1991 (PCL-R), se constituyó en el referente del mundo científico en el diagnóstico del trastorno.

  Otra forma de expresar este desarrollo sería que, con los años, las aproximaciones al trastorno psicopático se han caracterizado desde diferentes modelos: la psiquiatría tradicional, en la que se postula una deficiencia psicológica (Pinel y Pritchard, Benjamin Rush); el modelo de la desviación social o de la competencia social, y, en más recientes años, el modelo de la neurociencia y la psicofisiología, comandado sobre todo por los psicólogos (Prins, 2001, p. 91).

 

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