¿CUÁNDO SE CREARON LAS PRIMERAS CÁRCELES?

«¿CUÁNDO SE CREARON LAS PRIMERAS CÁRCELES?»

Carlos Pérez Vaquero http://archivodeinalbis.blogspot.com.es/

Publicado en QdC nº 22.

Hoy en día, cuando hablamos de los establecimientos penitenciarios –el eufemismo que el legislador español suele emplear para referirse a las cárceles– los Arts. 1 y 8 de la Ley Orgánica 1/1979, de 26 de septiembre, General Penitenciaria se refieren a los centros destinados a la retención y custodia de detenidos, presos y penados como una institución penitenciaria cuyo fin primordial es la reeducación y la reinserción social de los sentenciados a penas y medidas penales privativas de libertad. A primera vista, podría parecer que este modelo penitenciario es el que ha existido desde siempre, pero no es así; de hecho, encarcelar a los reclusos en una prisión para privarles de su libertad durante un determinado periodo de tiempo, como consecuencia de haber cometido una conducta tipificada penalmente como delito, fue un criterio de política criminal que se implantó durante el siglo XVIII y, por lo tanto, podríamos decir que se trata de una institución relativamente moderna.

  Sus primeros antecedentes se remontan a mediados del siglo XVI y comienzos del XVII en las denominadas casas de corrección que surgieron en Gran Bretaña; en concreto, suele mencionarse como la más antigua [a] la “House of correction”, ubicada en Bridewell (Londres), en 1552, pensada para la corrección de aquellos pobres, que estando aptos para el trabajo, se mostraran recalcitrantes resistiéndose a trabajar [1].

  Antes de que finalizara el siglo XVI se fundaron otros hogares en  los Países Bajos, Suiza y algunas ciudades alemanas (Hamburgo, Lübeck, Bremen o Múnich), con un marcado carácter asistencial y formativo: las autoridades no se limitaban a recluir a los grupos marginales de la sociedad (vagabundos, borrachos, ladronzuelos o prostitutas) y tratarlos con férrea disciplina sino que procuraban darles una ocupación práctica; en esa línea, por ejemplo, en 1596, destacó la pionera iniciativa de Ámsterdam, donde los hombres astillaban maderas tropicales para utilizar las virutas como pigmentos naturales, en la Rasphuis (literalmente, Casa para rallar), mientras que las mujeres tejían hilos en la Spinhuis (Casa para tejer).

  Siguiendo el ejemplo de estos primeros hogares, otras ciudades centroeuropeas fundaron nuevas casas de corrección a semejanza de las holandesas; pero el salto cualitativo se produjo en el siglo XVIII: por un lado, en 1704, el Papa Clemente XI creó el Hospicio de san Miguel, en Roma, para acoger a jóvenes delincuentes que se mantenían aislados por la noche en sus celdas (el origen monástico de esta palabra resulta evidente), pero compartían el trabajo diurno con los demás internos para que pudieran aprender un oficio; y, por otro lado, el talante reformista del sheriff inglés John Howard que se propuso reformar Los Estados de las Prisiones (obra publicada en 1777) tras sufrir en primera persona las pésimas condiciones de la terrible prisión de Brest (Francia) y comprobar, de regreso a su país, que la situación de los presos en Inglaterra era tan injusta como arbitraria.

   El nacimiento de las cárceles, tal y como hoy las conocemos, surgió en aquel momento como resultado de la confluencia de diversos factores: la llegada de la Ilustración, con las primeras voces contrarias a la pena de muerte y el empleo de los tormentos; el desarrollo de un sistema penal inspirado en el humanismo, donde el cuerpo humano dejó de ser concebido como un mero trozo de carne; y, sobre todo, con el final del Antiguo Régimen y su peculiar forma de concebir los castigos como un truculento espectáculo a pie de calle, para amedrentar a la sociedad mediante ejecuciones públicas que no eran obra de la justicia sino un ritual efectista para manifestar la fuerza física, material y terrible del soberano [2].

  A partir de los siglos XIX y XX se fueron conformando los nuevos sistemas penitenciarios al evolucionar las dos propuestas estadounidenses (los métodos filadélfico-pensilvánico y auburniano-neoyorquino) hasta configurar los sistemas progresivos europeos donde la privación de la libertad del condenado se constituyó en la reina de las penas y su progresiva implantación contribuyó a que también surgieran movimientos favorables a buscarle alguna alternativa, como realizar trabajos en favor de la comunidad.

[1] PEÑA MATEOS, J. «Antecedentes de la prisión como pena privativa de libertad en Europa hasta el siglo XVII». En GARCÍA VALDÉS, C. (dir). Historia de la prisión. Teorías economicistas. Crítica. Madrid: Edisofer, 1997, p. 72.

[2] FOUCAULT, M. Vigilar y castigar. Madrid: Siglo XXI Editores, 1986, 5ª ed., p. 55.

 

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