APROXIMACIÓN A LAS PRINCIPALES TEORÍAS DE LA CRIMINOLOGÍA MEDIOAMBIENTAL

“APROXIMACIÓN A LAS PRINCIPALES TEORÍAS DE LA CRIMINOLOGÍA MEDIOAMBIENTAL”

«APPROACH TO THE MAIN THEORIES OF ENVIRONMENTAL CRIMINOLOGY»

Silvestre Cabezas

Publicado en QdC nº 37.

PALABRAS CLAVE / KEY WORDS

Criminología ambiental / Oportunidad / Conducta criminal / Delito.

Environmental criminology / Opportunity / Criminal behavior / Crime.

RESUMEN / ABSTRACT

En el presente artículo se presentan las principales teorías dentro del enfoque de la Criminología Ambiental, el cual ha cogido una especial relevancia en los últimos años. Esta perspectiva engloba cinco teorías relacionadas entre sí y que no son excluyentes: la idea del espacio defendible, la teoría de la elección racional, la teoría de las actividades cotidianas, la teoría del patrón delictivo y la teoría de las ventanas rotas.

In this article, we present the main theories within the approach of Environmental Criminology, which has taken on a special relevance in recent years. This perspective encompasses five related and non-mutually exclusive theories: the defensible space idea, the rational choice perspective, the routine activity approach, the crime pattern theory and the broken windows theory.


INTRODUCCIÓN

Existen varias teorías que se circunscriben dentro de una reciente corriente criminológica que se ha denominado Criminología Ambiental. La principal característica de este enfoque es que pone su foco de atención en el evento criminal y en las circunstancias inmediatas del mismo en vez de únicamente en el sujeto, como hacen otras teorías, cobrando especial relevancia el factor oportunidad. Por ello, estas teorías suelen conocerse también como teorías de la oportunidad y engloban una gran cantidad de postulados que centran su atención en las elecciones de los posibles sujetos delincuentes y en cómo el ambiente les influye. A continuación, se mencionan las más importantes.

ESPACIO DEFENDIBLE

Uno de los primeros en poner el foco de atención sobre el ambiente fue el arquitecto Oscar Newman. Este autor realizó un estudio sobre cómo las zonas residenciales influyen en la delincuencia, partiendo de la idea de que el medio ambiente afecta a la delincuencia (Arostegui et al., 2015; García-Pablos, 2007). De esta manera acuñó el término “espacio defendible” que definió como “un modelo para ambientes residenciales que inhibe el crimen creando la expresión física de un tejido social que se defiende a sí mismo” (Vozmediano y San Juan, 2010, p.199). Dentro de este modelo destacan tres conceptos fundamentales: la territorialidad, la vigilancia natural y la imagen y el contexto (Redondo y Garrido, 2013; Redondo, 2015). Si se modifican estos tres elementos de manera adecuada se puede conseguir reducir el crimen en ese lugar.

TEORÍA DE LA ELECCIÓN RACIONAL

Esta teoría fue elaborada por Cornish y Clarke (1986) y se centra en la idea de que los delincuentes toman decisiones basándose en un juicio, el cual consiste en estimar las oportunidades de tener éxito en la comisión del delito y los beneficios que se esperan obtener, y realizar una evaluación comparativa con el riesgo de ser atrapado (Vozmediano y San Juan, 2010) con el fin de beneficiarse a sí mismos (Arostegui et al., 2015). De esta manera, los sujetos infractores y los no infractores comparten procesos psicológicos dentro de los cuales se enmarcan las preferencias, deseos y motivaciones de los mismos, y es su continua interacción con las oportunidades y las dificultades las que pueden facilitar o inhibir del delito (Cornish y Clarke, 2017). Lo que ocurre es que esas decisiones racionales no son objetivas y, al igual que ocurre en cualquier ser humano, son rudimentarias en el sentido de que están limitadas por los límites de tiempo, la capacidad y la disponibilidad de información relevante (Arostegui et al., 2015). La conclusión de ello sería que los delincuentes “actúan de acuerdo con su mejor interpretación acerca de sus posibilidades presentes y futuras, sobre la base de los recursos que disponen” (Sullivan, citado en Redondo y Garrido, 2013, p.471).

   Cornish y Clarke (2017) enumeran los seis conceptos clave de esta perspectiva:

  • El comportamiento delictivo tiene un propósito.
  • El comportamiento delictivo es racional.
  • La toma de decisiones al llevar a cabo un delito es específica de ese delito.
  • Las elecciones de los infractores son de implicación o de evento.
  • Hay diferentes fases de implicación en la actividad delictiva.
  • Los eventos criminales siguen una secuencia de pasos y decisiones.

TEORÍA DE LAS ACTIVIDADES COTIDIANAS

La teoría de las actividades cotidianas o rutinarias fue formulada por Cohen y Felson (1979). Para estos autores existe una conexión e interdependencia entre las rutinas cotidianas, de cariz no delictivo, y las actividades delictivas. De esta manera, las conductas ilícitas se enmarcan dentro del nivel más general de las interacciones sociales globales, confiriéndoles estas posibles objetivos y medios para su realización (Redondo, 2015). Es decir, que los delitos están relacionados con la naturaleza de los patrones cotidianos de interacción social [1] (Sutton; referenciado en Arostegui et al., 2015), de manera que cuando cambian los patrones de comportamiento de una sociedad, las oportunidades para el delito cambian también (Vozmediano y San Juan, 2010). Un ejemplo de ello es, como señala Miró (2011), el ciberespacio, que ofrece un nuevo mundo de oportunidades delictivas. Los autores postulan que el aumento de las conductas fuera del hogar hace que se incrementen las posibilidades para el crimen y suban las tasas de delitos (Cohen y Felson, 1979).

  Teniendo en cuenta lo anterior, el crimen se produciría si convergen en espacio y tiempo tres elementos interrelacionados: presencia de delincuente motivado, disponibilidad de víctima/objetivo propicio y ausencia de guardián eficaz (Cohen y Felson, 1979). Un delito se cometerá si un delincuente motivado y un objetivo propicio se encuentran en un mismo tiempo y lugar y no hay presente un guardián eficaz (Jiménez, 2010). De aquí se deriva que los delincuentes, que se presuponen racionales, desistirán de cometer un crimen si no hay nada que merezca la pena para correr el riesgo o, si lo hay, pero está tan protegido que el riesgo es muy alto (Garrido, 2008). Además de estos tres factores hay que sumar otros dos que menciona Felson y que tienen una importante relevancia en la génesis criminal: por un lado, el supervisor íntimo, que puede ser cualquier persona próxima al infractor que elimina o reduce su potencial delictivo y, por otro lado, el gestor del espacio o persona con competencia para vigilar estos lugares (García-Pablos, 2007). A partir de estos factores Eck elabora lo que se conoce como “el triángulo de la criminalidad” incluyendo los tres primeros y los dos recientemente mencionados; gracias a esta representación geométrica de los distintos elementos y su interrelación podemos obtener un marco de análisis y sugerir posibles soluciones a un problema concreto (Vozmediano y San Juan, 2010).

  Dentro de los tres elementos esenciales del delito, Felson y Clarke (1998) se plantearon qué características debe tener un objetivo (ya sea persona u objeto) para ser víctima de un delito y se refieren a ellas con el acrónimo VIVA. Este recoge los cuatro elementos que determinan el nivel de riesgo de victimización y atractivo para el delincuente de un objetivo: valor (el que le otorgue el delincuente), inercia (facilidad de transporte), visibilidad (nivel de exposición) y acceso (diseño físico que permite llegar a él). A partir de esta propuesta se vio también que hay productos que son más proclives a ser robados [2], lo que Clarke (1999; citado en Vozmediano y San Juan, 2010) llama “hot products” [3]. De la misma manera, debido al ambiente vivo y dinámico de nuestra realidad actual podemos ver que el delito no se distribuye uniformente en el espacio (Summers, 2009; Vozmediano y San Juan, 2010), sino que también existen lugares donde se concentra un gran número de ellos, lo que se conoce como “hot spot” (Sherman et al., 1989, citado en Redondo y Garrido, 2013).

  Con plena conciencia de la época moderna actual, afirman que momentos de bienestar económico pueden propiciar un aumento significativo de oportunidades criminales y no sólo eso, sino que se distribuyen de manera distinta en función de variables como el sexo, la edad o la case social, y también otras como estilos de vida, que pueden hacer que exista una mayor exposición al riesgo, convirtiéndolas así en víctimas más propicias (Cohen y Felson, 1979). En el fondo de este postulado está la idea paradójica de que, en la sociedad actual, los factores que proporcionan un aumento de las oportunidades de disfrutar de los beneficios de la vida pueden incrementar, a su vez, las oportunidades de ser víctima de un delito (Arostegui et al., 2015).

TEORÍA DEL PATRÓN DELICTIVO

Como se ha mencionado antes, la distribución de los delitos no se produce al azar ni de manera uniforme, sino que hay infractores que cometen una gran cantidad de delitos, objetivos que son victimizados repetidamente o lugares donde se concentra una gran cantidad de delincuencia: es decir, existen tendencias o, lo que Bratingham y Bratingham (1991) denominaron “patrones” (Vozmediano y San Juan, 2010). Se dieron cuenta de que los delincuentes a la hora de seleccionar el lugar y el objetivo propicio se ven influenciados por gran cantidad de señales que emite el ambiente, claves, que les dan información y que luego utilizan para localizar e identificar sus objetivos. Estas claves, unidas a la experiencia que van adquiriendo, hace que los delincuentes generen una plantilla del objetivo perfecto, siendo estas relativamente estables (Vozmediano y San Juan, 2010). También a partir de sus experiencias elaboran métodos favorables de búsqueda de objetivos (Redondo, 2015). Esto implica, tal como menciona Jiménez Serrano (2010), que la víctima no se considera fuera de su entorno, sino que reúne una serie de características que resultan atractivas para el agresor y que la convierten en potencial objetivo porque se encuentra en un contexto y momento concretos.

   Un aspecto destacado de la teoría de los Bratingham es que los agresores dedican la mayor parte de su día a actividades no delictivas, de manera que los patrones de movimiento de los delincuentes son iguales a los de los no delincuentes. Esto implica que los elementos que configuran las dinámicas de actividades legales son también las que configuran las dinámicas de actividades ilegales (Vozmediano y San Juan, 2010). Y es que, si seguimos la hipótesis de la consistencia de Canter y Youngs (2010), los delincuentes tienden a comportarse en sus crímenes de manera muy similar a como lo hacen en su vida no criminal.

  En referencia a ese movimiento en el espacio hay dos conceptos que merece la pena destacar: la distancia de decaimiento y el mapa mental. Anteriormente hemos visto que los delincuentes se guían por decisiones racionales, lo que implica que rigen su conducta por la ley coste/beneficio (Jiménez, 2014; Jiménez, 2010). Lo que ocurre es que a mayor desplazamiento mayor coste, por lo que tenderá a guiarse por el principio de mínimo esfuerzo y a desplazarse lo menos posible (Jiménez, 2015). El desplazamiento que realiza el criminal desde su casa al lugar del crimen es lo que se conoce como journey-to-crime (Rossmo y Rombouts, 2017). La distancia de decaimiento supone que a medida que nos alejamos del domicilio del delincuente (aumento del journey-to-crime), la frecuencia de los delitos disminuye (Rossmo, 2000, citado en Jiménez, 2010 y 2015; Jiménez, 2014).

 En segundo lugar, los mapas mentales son una representación muy personal del entorno familiar que nosotros experimentamos, una forma de comprender el entorno (Bell, Fisher, Baum y Green, 1996, citado en Jiménez Serrano, 2015). Gracias a este mapa mental los delincuentes eligen a dónde se dirigen, qué zonas son buenas para cometer delitos, posibles vías de escape y de acceso. En definitiva, lo que se quiere resaltar aquí es que la relación que tiene el delincuente con su entorno en el cual cometerá sus actos ilegales está mediada por el mapa cognitivo que tenga [4] (Jiménez, 2010; Jiménez, 2014). En esta misma línea de cómo los delincuentes perciben el entorno, Bratingham y Bratingham distinguen lo que son espacios de actividad y de conocimiento. El primero lo configuran las rutas por las que nos desplazamos habitualmente, constituyendo los espacios que quedan dentro de nuestro campo de visión las áreas de conocimiento. Lo que concluyen los autores es que los delincuentes tienden a cometer delitos dentro del espacio que controlan, es decir, los espacios de actividad y de conocimiento (Vozmediano y San Juan, 2010).

TEORÍA DE LAS VENTANAS ROTAS

La última teoría que vamos a mencionar es la de las ventanas rotas, elaborada por Wilson y Kelling (1982). La denominación hace referencia a la observación que dio pie a esta teoría: cuando suceden una serie de delitos e infracciones, aun siendo menores (ej. rotura de ventanas en viviendas), si no se controlan y solucionan en las primeras fases de su manifestación acaban dando lugar a delitos más graves [5] (Redondo, 2015). De forma implícita se manda el mensaje de que todo está permitido y que nadie se preocupa por ello (Medina, 2010). Según los propios autores la esencia de este argumento es que el desorden que no es controlado acaba derivando en miedo al delito [6]. Este miedo al delito hace que los vecinos de la zona dejen de hacer uso de las zonas públicas y empiecen a tomar distintas medidas de protección [7]. La ausencia de control informal se extiende también a otros ciudadanos que dejan preocuparse o llamar la atención sobre las malas conductas de los demás (Sousa y Kelling, 2006; Wagers, Sousa y Kelling, 2017). La idea fundamental de esta teoría es que las infracciones leves serían el caldo de cultivo para que se dieran más adelante delitos más graves y, de la misma manera, los pequeños delincuentes serían la antesala de delincuentes más graves (Redondo, 2015; Redondo y Garrido, 2013).

[1] Una forma de ver claramente esta interrelación es con el ejemplo que da el propio Felson (1994, pp. 33-34) de cómo se inicia una pelea.

[2] En este sentido son interesantes las estrategias de diseño útiles que plantea Ekblom (2008) para que los objetos no se conviertan en objetivos de delitos.

[3] Clarke (1999) amplía el concepto VIVA e incluye el CRAVED, acrónimo de concealable, removable, available, valuable, enjoyable y disposable.

[4] Una interesante línea de investigación y uso de esta perspectiva es la movilidad geográfica dentro de la perfilación criminal aplicada a los delincuentes seriales. Para más información véanse los capítulos dedicados al perfil geográfico en Jiménez (2010), Jiménez (2014) y el artículo de Rossmo y Rombouts (2008) y el libro de Canter y Youngs (2010).

[5] En los citados artículos de Sousa y Kelling (2006) y Wagers, Sousa y Kelling (2008) puede verse un desarrollo más elaborado de esta teoría y sus elementos principales.

[6] El concepto de miedo al delito es ambiguo y no hay unicidad sobre su conceptualización y medición (Vozmediano, San Juan y Vergara, 2008).

[7] Medina (2003) encontró que el desorden social era uno de los predictores de miedo al delito, tal como afirma esta teoría, y Vozmediano y San Juan (2006) corroboraron que ese miedo no se corresponde con la criminalidad registrada judicialmente, por lo que hay otros factores que afectan a esa sensación de miedo y no sólo el nivel de delitos registrado.

REFERENCIAS

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