CIRUGÍA ESTÉTICA DE ULTRATUMBA

“CIRUGÍA ESTÉTICA DE ULTRATUMBA”

Roberto Carro

Publicado en QdC nº 14.

Nunca antes el cadáver de un líder fue tan mediático. Según los datos de la prensa soviética de 1940, la Plaza Roja de Moscú se convirtió en una pasarela de turistas morbosos y nostálgicos del antiguo régimen, que hacían filas interminables para visitar la momia del principal dirigente de la revolución de octubre; más de un millón de visitantes por año y tres mil al día.

  La labor de conservación fue obra de los profesores Vladímir Vorobiov y Boris Zbarski que, durante dieciocho años tuvieron el honor de embadurnar periódicamente el cuerpo del que fuera fundador de la Unión Soviética, Vladimir Ilich Ulianov, Lenin.

  Resulta que transcurridos más de trece meses desde su muerte, surgen las primeras dudas sobre qué hacer con el ilustre finado. Stalin se había empeñado en conservar el cuerpo del ideólogo pero los seis litros de alcohol, formol y glicerina inyectados en la artería aorta para preservar provisionalmente el cadáver, tenían los días contados. Algo había que hacer con el que liderara la insurrección bolchevique; pues, las continuas visitas que pasaban a diario por la meca del comunismo, unido a la pérdida de efectividad del bálsamo inyectado provocaba, paulatinamente, el deterioro de los tejidos por putrefacción. Primero lo intentaron con un sistema de refrigeración que según especialistas de aquella época, mantendría al dios ateo incorrupto por mucho tiempo. Pero la fábrica alemana que tenía que montarlo sufrió un retraso inesperado, lo que provocó un cambio de planes inmediato. Había que embalsamar el cuerpo a toda prisa con algo novedoso que mantuviese el cuerpo a buen recaudo de los procesos putrefactivos del cadáver. Qué hicieron entonces los profesores Vorobiov y Zbarski; pues, básicamente, introducir el cuerpo de Lenin en un brebaje que –aunque fue secreto durante un largo periodo de tiempo– hoy se sabe que era una composición a base de glicerina y acetato de potasio, agua y cloro de quinina.

  En las primeras sesiones de trabajo comenzaron por extraerle los pulmones, el hígado y el bazo. A continuación lavaron por completo la caja torácica. Luego tenían que meter el cuerpo en una bañera que contenía el elixir mágico; pero resulta que para conseguir que el bálsamo penetrase y saturase bien todos los tejidos, necesitaban realizar una serie de incisiones en el vientre, los hombros, las piernas, la espalda y las palmas de las manos. Y si el proceso ya era dificultoso en sí mismo, ahora se complicaba aún más, ya que, para practicar esa serie de incisiones, se requería  la autorización previa del partido. A ello había que sumar la atenta mirada de la extinta KGB cada vez que tenían que realizar retoques semanales –tres o cuatro– en la cara y las manos de Lenin.

  A mayores, una vez al año y durante un mes y medio, se cerraba el mausoleo para sumergir su cuerpo en una bañera e impregnarlo de nuevo del producto químico. Por lo tanto la muerte exigía un continuo mantenimiento que se traducía en tiempo y dinero. Tanto es así que, en 1992, el que también fuera primer Presidente de la Federación Rusa, Boris Yeltsein, puso coto a la glicerina. Entonces, las siguientes generaciones que continuaron la labor iniciada por Vorobiov y Zbarski, tuvieron que buscar nuevas fuentes de financiación, unas veces formando profesionales en la materia y otras embalsamando cadáveres a razón de 12.020 euros por semana de trabajo.

 Pero para ver lo importante que es mantener bien conservada una identidad facial, veamos qué hicieron y cuánto tiene en común acondicionar el cadáver de Lenin, con la fotografía postmortem de cadáveres con fines identificativos.

  En ambos casos se busca dar una apariencia de vida, pues para ello se requiere, en el caso del líder de la Internacional Comunista, menguar la delgadez exagerada rellenando los tejidos y blanqueando la piel; vencer la palidez del cadáver con una serie de filtros de luz de color rosa que apunten directamente al rostro y a las manos; sustituir el globo ocular por unas bolas de cristal para pronunciar las cuencas vacías y coserle los labios por debajo del bigote.

 ¿Y qué operaciones previas debemos acometer con un cadáver que se pretende identificar a partir de la fotografía postmortem? Empezaremos por limpiar y recoser las heridas con cuidado, si las hubiere. Posteriormente, trataremos toda la cabeza con una solución de formol que endurezca la cara y permita quitar a posteriori los puntos de sutura. La boca –que es la que da más expresión al rostro– conviene que permanezca cerrada, y ello se logra realizando un cosido por la parte de las encías. La nariz deformada recupera su forma natural introduciendo tapones de algodón en sus ventanas. Los ojos, que constituyen un problema de difícil solución por su aspecto vítreo y sin expresión, se normalizan por diversos procedimientos:

  • Utilización de ojos artificiales de cristal del mismo color que los del cadáver;
  • Ejercer con dos dedos presión sobre los párpados hasta provocar la salida del globo ocular, para a continuación colocar sobre ellos unas compresas húmedas durante una hora aproximadamente. De este modo conseguiremos rehidratar el globo;
  • Si los ojos no se encuentran muy hundidos, se inyecta dentro del globo ocular una mezcla a partes iguales de glicerina y agua con la aguja de una jeringa hipodérmica. De este modo conseguimos que recuperen su curvatura normal y además permanezcan abiertos.

 Para terminar esta historia que nació con tintes románticos, añadamos una nota de cientificidad para restarle estrellato a este espectáculo de morbosidad en el que se ha convertido. Lo hicieron con sus vísceras y también con su cerebro. Éste le fue extraído de su cavidad craneal y, tras su estudio, se ha intentado buscar algún tipo de vinculación entre las circunvoluciones de la masa encefálica y su prolífico pensamiento. Al día de hoy no se ha encontrado nada relevante.

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